Porque éramos amigos y, a ratos, nos amábamos
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero en frente de nosotros;
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.
Henos aquí, hace un siglo, sentados, meditando
encarnizadamente
cómo dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.
sábado
miércoles
Planta
Le dijo que con paciencia quitaría una a una sus espinas. Quizás tardaría, claro que sí, pero la amaba y lo haría con gusto. Ella se negaba a la idea de dejar de ser un cactus y cambiar su identidad. Eran esas mismas espinas las que lo habían prendido a ella. Pero sus filos dejaron heridas que él no pudo resistir para siempre y, un día, él se fue.
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