Porque éramos amigos y, a ratos, nos amábamos
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero en frente de nosotros;
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.
Henos aquí, hace un siglo, sentados, meditando
encarnizadamente
cómo dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.
sábado
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario